Han pasado ya
más de 24 horas desde que regresamos de casa desde Frankfurt, lugar
donde he disputado el último de mis cinco maratones. El pasado verano,
cuando nos sentamos a planificar la temporada y a buscar cuál podría ser
el maratón ideal para intentar conseguir la mínima olímpica (2:33.00),
decidimos que Frankfurt reunía las condiciones más favorables acorde a
mis preferencias y a las posibilidades de acudir con las mayores y
mejores garantías. De hecho, las marcas conseguidas en la mañana del
domingo certifican que estábamos en lo cierto, pues tanto las africanas
como las europeos que me precedieron consiguieron registros que suponen
mejores marcas personales o se acercaron mucho a serlo.
Como en
las anteriores ocasiones, he contado con mi apoyo habitual por parte de
Abel, de Nacho, tanto en la preparación como en los entrenamientos. Para
el día de la competición tenía a mi lado a Modesto Álvarez, una persona
de mi total confianza, que me da seguridad y apoyo durante cada
kilómetro.
El día de la carrera todo marchaba
según lo previsto. Cada parcial, ya fuera cada kilómetro, o cada cinco,
nos desvelaba que el ritmo era el buscado, el deseado y el correcto. Me
encontraba bien, sin dificultades. El paso por la media fue de 1:15.56,
ideal para conseguir el objetivo y mejor marca personal. Y así seguimos
hasta que a falta de 5 kilómetros unos pequeños toboganes me recordaron
lo ingrato que es un maratón. No obstante, había que seguir con la
cabeza fría y con la mirada al frente. Sin embargo, no pudo ser. Al
final veía como los kilómetros pasaban muy lentos y los segundos se
esfumaban muy rápido. El crono marcó finalmente 2:33.51, lo que
significa que por 51 segundos no pude bajar la marca mínima establecida
por la RFEA para poder ser una de las seleccionadas para los Juegos
Olímpicos.
Se hace duro, complicado, difícil
de digerir que tras varios meses, muchas semanas, te preparas con la
vista puesta en un objetivo. Que te cuidas al máximo, te mimas e
intentas tener controlado cada detalle para que el Día D salga todo
perfecto. Pero no siempre puede ser así. En 42 kilómetros pueden pasar
muchas cosas. Y pasan. Yo puedo dar fe de cómo tu cuerpo pasa de ir como
un reloj a ver cómo cada kilómetro cuesta cada vez más. Pero no
importa. Yo me considero una luchadora nata y ya tengo en mente
recuperarme lo antes posible para ponerme manos o piernas a la obra de
cara a seleccionar un maratón en el que pueda volver a intentar
conseguir la marca mínima.
No quiero despedirme
sin daros las gracias a todos y a cada uno de los que me escribís o
llamáis para darme ánimos y apoyo. Funciona. Os lo aseguro.